Desde el estremecimiento
del trueno
y en el eterno
útero de la aurora,
amanecen ciudades doradas,
sin la fragilidad
de la sustancia.
Ciudades inocentes,
Inocentes de memorias
y de lamentos oxidados.
Despobladas en el candor
de noches y de lunas.
Inocentes de palabras.
Florecen pálidas
en su atmósfera,
permanecen insondables,
color del ámbar, nacidas
y en la pureza, reveladas.
Alborean difusas,
en la suave y tibia brisa
y aunque son sólo un murmullo,
palabras de luz
se acunan,
en el orbe del silencio.
En esa morada pacífica,
yo habito;
en la espesura,
yo vibro.
Del firmamento,
soy mi progenitora.
Del gran Aliento luminoso,
he nacido.
Entre verbos,
he sido moldeada.
Al brillo omnipresente,
le pertenezco
y permanezco obstinada,
en aquel antiguo
y perenne resplandor.
del trueno
y en el eterno
útero de la aurora,
amanecen ciudades doradas,
sin la fragilidad
de la sustancia.
Ciudades inocentes,
Inocentes de memorias
y de lamentos oxidados.
Despobladas en el candor
de noches y de lunas.
Inocentes de palabras.
Florecen pálidas
en su atmósfera,
permanecen insondables,
color del ámbar, nacidas
y en la pureza, reveladas.
Alborean difusas,
en la suave y tibia brisa
y aunque son sólo un murmullo,
palabras de luz
se acunan,
en el orbe del silencio.
En esa morada pacífica,
yo habito;
en la espesura,
yo vibro.
Del firmamento,
soy mi progenitora.
Del gran Aliento luminoso,
he nacido.
Entre verbos,
he sido moldeada.
Al brillo omnipresente,
le pertenezco
y permanezco obstinada,
en aquel antiguo
y perenne resplandor.
0 comentarios:
Publicar un comentario